La primera menstruación de una niña es un evento importante que marca el inicio de la pubertad y la entrada a la feminidad. Para algunas, esto es visto como una parte normal del crecimiento, mientras que otras deben enfrentarse a creencias perjudiciales arraigadas en la cultura que las rodea. En este artículo aprenderás sobre algunos de los mitos y prácticas más comunes relacionados con la menstruación y por qué el estigma cultural respecto a este proceso biológico natural e inevitable puede ser peligroso para las jóvenes.
La mitad de la población mundial menstrua. Aprender a lidiar con cólicos, insomnio, migrañas hormonales y otros síntomas premenstruales ya es un reto, pero las creencias dañinas y normas sociales que limitan lo que puede hacer una persona menstruante también afectan nuestra salud mental. Mientras que en algunos lugares hablar de menstruación solo incomoda, en otros, las mujeres menstruantes son excluidas de sus actividades cotidianas: no se les permite ir a la escuela ni trabajar, y se les prohíbe participar en reuniones sociales. Incluso en países donde la mayoría se considera moderna y racional, muchas mujeres y niñas todavía sienten vergüenza de este proceso corporal natural.
El estigma menstrual sucede cuando una persona menstruante es avergonzada o siente vergüenza de su periodo debido a creencias culturales o sociales acerca de la menstruación. Sin embargo, el efecto del estigma menstrual va mucho más allá de la vergüenza y el bochorno; en muchos lugares del mundo, las mujeres pierden oportunidades educativas y laborales simplemente por menstruar.
Parece increíble que, incluso en el siglo XXI, este tema siga considerándose tabú en muchos lugares, algo de lo que solo se debe hablar en privado. Debemos normalizar compartir nuestra experiencia de la menstruación porque avergonzar a mujeres y niñas por una función corporal normal, de la que depende la humanidad, no solo frena su desarrollo personal, sino que también daña la relación con sí mismas. Las mujeres de países en desarrollo y comunidades empobrecidas son las más afectadas.
Cuando una niña tiene su primera menstruación, generalmente no ha terminado la educación básica. En muchas comunidades empobrecidas, las familias no tienen recursos para comprar productos menstruales ni garantizar la higiene menstrual fuera de casa, así que su única opción es faltar a la escuela. Pero la pobreza es solo parte del problema. Muchas chicas cuentan que los niños de su colegio, e incluso algunos profesores, hacen comentarios ofensivos sobre la menstruación, creando un ambiente de discriminación que puede llevarlas a abandonar sus estudios.
Según la UNESCO, alrededor de 131 millones de niñas en edad escolar en todo el mundo no asisten a la escuela. Esto significa que tienen menos posibilidades de obtener un diploma y asegurar ingresos estables, por lo que dependen económicamente de familiares o parejas y no pueden tomar decisiones importantes para sí mismas. La dependencia rígida incrementa muchos factores de riesgo para la violencia doméstica —física y psicológica—. Las mujeres en esta situación también tienen más probabilidades que los hombres de vivir por debajo del umbral de la pobreza en la vejez, ya que no han podido construir una seguridad financiera propia.
La falta de recursos para comprar productos menstruales y el estigma social en torno a la menstruación ponen en riesgo a mujeres y niñas de no mantener una higiene adecuada. Cuando la sangre menstrual sale del cuerpo, se convierte rápidamente en un caldo de cultivo para muchas bacterias; por lo tanto, tampones, compresas y otros productos deben cambiarse cada pocas horas para evitar infecciones. Sin acceso a estos productos o si sienten vergüenza de lidiar con ellos en baños públicos, las niñas tienen mayor riesgo de infecciones y enfermedades. La mala higiene menstrual también es responsable de la mayoría de casos de síndrome de choque tóxico, que puede ser letal.
Todavía hoy, en algunas culturas, las mujeres menstruantes no pueden asistir a reuniones religiosas o sociales cuando sangran. En ciertos lugares, incluso se les prohíbe cocinar para la familia o dormir con su pareja en esos días. Durante siglos, el pueblo nepalí practicó el Chhaupadi, el destierro ritual de mujeres y niñas menstruantes—habitualmente en una cabaña o simplemente en un patio alejadas de la casa. Aunque esa práctica fue prohibida, sigue existiendo en zonas rurales y conservadoras de Nepal. Estas costumbres no solo refuerzan el estigma menstrual, sino que también desvalorizan a las mujeres y aumentan su vulnerabilidad social.
En muchos países, cuando una niña tiene su primera menstruación, se considera que ya está lista para casarse y formar una familia. Las niñas, incluso desde los 12 años, pueden ser forzadas a casarse tan pronto como empiezan a menstruar. Si bien el cuerpo adolescente puede ser capaz de gestar, los embarazos en esta etapa conllevan mayor riesgo de muerte y complicaciones graves como parto prolongado, anemia severa, hemorragias, toxemia y discapacidad. Las culturas que fomentan el estigma menstrual también suelen tener más embarazos no planificados entre adolescentes porque limitan la educación sexual tanto para chicas como para chicos. Ser madre a una edad muy temprana, especialmente sin poder decidir sobre el propio destino, puede llevar a desventajas sociales y económicas de por vida.
La mayoría de religiones modernas no imponen restricciones rituales a las mujeres menstruantes, pero en regiones más conservadoras del mundo, muchos rituales persisten.
Ciertas denominaciones cristianas prohíben a las mujeres participar de la comunión durante el periodo. En el islam, no están obligadas a ayunar, pero según antiguos textos, no deben tener relaciones con su pareja en esos días. En el judaísmo, también aprenden a abstenerse de relaciones sexuales mientras menstrúan y deben realizar un baño ritual para purificarse.
En la mayoría de las comunidades hindúes, la llegada de la menstruación es motivo de celebración; sin embargo, no se permite la entrada de mujeres menstruantes a templos ni participar en rituales religiosos. En comunidades hindúes más ortodoxas, las mujeres ni siquiera pueden ingresar en la casa ni realizar labores domésticas. De manera similar, entre budistas, la menstruación se trata generalmente como un proceso biológico normal necesario para la reproducción humana, pero en comunidades conservadoras tampoco se permite a las mujeres participar en rituales religiosos ni entrar en templos.
Aunque algunas de estas prácticas parezcan inofensivas, las restricciones rituales perpetúan la visión de la menstruación como algo secreto e impuro, y de las mujeres como inferiores a los hombres.
Mitos y tabúes sobre la menstruación persisten en todo el mundo. Solo el 2% de las mujeres en China usan tampones debido a la creencia—muy extendida—de que los tampones rompen el himen, lo que tradicionalmente (y erróneamente) se asoció con la virginidad. Aunque la abstinencia sexual antes del matrimonio ha perdido importancia en la China moderna, muchas personas siguen pensando que introducir un tampón en el cuerpo en desarrollo puede ser perjudicial.
El estigma menstrual también está presente en países desarrollados con altos índices educativos. En Inglaterra, casi dos millones de niñas de 14 a 21 años han perdido todo o parte de un día de clase a causa de la menstruación, y en Estados Unidos, los productos menstruales tienen impuestos de lujo, lo que supone una carga financiera extra para quienes menstrúan.
Y aunque hoy en día Internet hace la información más accesible que nunca, las creencias negativas sobre la menstruación siguen transmitiéndose. Según un estudio de Plan International en Países Bajos, Uganda, Brasil e Indonesia, muchos chicos y jóvenes consideran que la menstruación debe mantenerse fuera del ámbito público. Más de la mitad de los encuestados considera la menstruación sucia, y más de un tercio (38%) cree que los periodos son desagradables. Más de la mitad también está de acuerdo en que las mujeres no deberían ir a la escuela ni trabajar durante la menstruación.
La falta de información veraz sobre la menstruación y la persistencia de prácticas culturales discriminatorias hacen aún más difícil superar el estigma. Mientras tantos chicos y hombres sigan pensando que la menstruación justifica la exclusión de mujeres y niñas y la negación de derechos básicos, la vergüenza y discriminación continúan dañando.
Aunque muchos mitos perjudiciales sobre la menstruación tienen origen en la tradición, existen comunidades que celebran el inicio de los periodos como una transformación significativa en la vida de una mujer.
En el sur de la India, cuando una chica Tamil tiene la primera menstruación, sus familiares se reúnen en una ceremonia especial para festejar su nuevo estatus. Recibe regalos, le preparan una comida especial y las mujeres mayores le dan un baño ritual. En Brasil, este acontecimiento es celebrado junto a la familia extendida, y en algunas comunidades del sur de África también se realizan festejos similares.
Una hermosa celebración se da cuando una chica apache llega a la pubertad y le llega su primera menstruación. Las mujeres cercanas a ella organizan cuatro días de comidas, bebidas y danzas en honor a la Mujer Cambiante, marcando así el comienzo de una nueva etapa. El pueblo Hupa, nativo de Norteamérica, ha recuperado la Danza de la Flor, una ceremonia que marca el paso a la mayoría de edad de las jóvenes y pretende guiarlas por un buen camino de vida. Otras tribus nativas de América del Norte y el Pacífico Sur honran la menstruación a través de introspección y rituales de purificación. Si bien las mujeres menstruantes se aíslan de la comunidad en ese tiempo, lo hacen por decisión propia para conectarse con otras mujeres y celebrar la feminidad.
La primera menstruación de una niña marca un cambio trascendental en su vida: es la puerta a la feminidad y el comienzo de su capacidad reproductiva. Lamentablemente, para muchas también significa el fin de la igualdad y la oportunidad. Los mitos y tabúes negativos alrededor de la menstruación fomentan creencias y prácticas dañinas, perpetuando un ciclo de discriminación que limita a las jóvenes y, al final, nos perjudica a todas. Aunque aún tenemos un largo camino por recorrer, podemos empezar hablando abiertamente sobre nuestras experiencias menstruales. Podemos presionar a los gobiernos para que faciliten el acceso a productos menstruales y animar a las escuelas a impartir información veraz sobre menstruación y salud reproductiva tanto a chicas como a chicos.
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