Las necesidades sexuales de las personas que viven con discapacidades son las mismas que las de cualquier otra, pero superar el estigma y acceder a información y servicios básicos relacionados con la salud sexual resulta mucho más desafiante para ellas. Las personas con discapacidades aún reciben desproporcionadamente menos atención en educación sexual y recursos, tanto en la adolescencia como en etapas posteriores de la vida. En este artículo, hablamos sobre cómo hacer que la información sobre salud sexual sea más accesible para todas, independientemente de nuestras capacidades físicas o mentales.
Hasta un 10% de la población humana vive con algún tipo de discapacidad y las personas que viven con discapacidades suelen estar disociadas de sus necesidades sexuales. Su sexualidad y salud reproductiva tienden a ser ignoradas, lo que dificulta aún más que puedan defender estos derechos.
El ‘capacitismo’ es la discriminación consciente o inconsciente contra las personas con discapacidades. Si la discapacidad no es algo que afecte tu vida, probablemente desconozcas cómo una cosa simple que tú das por sentada puede ser un reto prácticamente insuperable para otra persona si no se le da la atención adecuada. Incluso quienes tienen buenas intenciones pueden ser ignorantes de la experiencia de otras y caer fácilmente en patrones de discriminación, colocando sin querer a las personas con discapacidad en desventaja. Podemos fomentar la conciencia para remediar esto.
Al igual que cualquier otra persona, quienes viven con discapacidades tienen necesidades, deseos y fantasías sexuales que desean expresar y experimentar, pero cuando se trata de hablar de ello, la mayoría de las personas sin discapacidad suele encogerse de hombros y cambiar de tema. Es muy común que docentes, médicas y otras figuras potencialmente en posición de ayudar ignoren la importancia de estas necesidades humanas básicas en una persona con discapacidad. Esto agrava el estigma y amplía la diferencia entre quienes viven con discapacidad y quienes no.
Las personas que viven con discapacidades enfrentan retos adicionales en su salud sexual y reproductiva. No solo muchas actuamos sin pensar, sino que la infraestructura social y física de nuestro mundo está diseñada para la persona promedio y no toma en cuenta la diversidad de la experiencia humana si no se le recuerda.
La educación sexual es un derecho fundamental. Todas las jóvenes deberían tener la oportunidad de aprender sobre su anatomía, la pubertad y los cambios físicos, salud sexual, anticoncepción, consentimiento y otra información vital. Lamentablemente, las personas con discapacidades suelen estar excluidas de este tipo de conversaciones. Muchas de ellas estudian en casa por una variedad de motivos y recae en los padres la responsabilidad de enseñarles educación sexual básica además de todo lo demás. Sin embargo, muchas madres y padres evitan hablar de sexualidad con sus hijas e hijos, tengan o no discapacidad. Algunas familias temen la adolescencia, cuando sus hijas dejan de ser niñas y empiezan a sentir necesidad de sexo y de relaciones íntimas fuera del núcleo familiar. Otras disocian a sus hijas e hijos de la sexualidad porque aprendieron a ver esta necesidad humana básica como un pecado.
Si una niña con discapacidad asiste a la escuela, puede tener dificultades para sentirse representada en la información sobre los cambios corporales, ya que rara vez aparecen diversos tipos de cuerpos en estos materiales.
Las adolescentes que no tienen con quién hablar sobre los cambios de su cuerpo y las nuevas experiencias pueden tener menos confianza sobre su sexualidad y ser más vulnerables a violencia sexual, problemas de salud, embarazos no planificados y enfermedades de transmisión sexual.
Las personas que viven con discapacidades tienen un mayor riesgo de experimentar violencia sexual y física en comparación con quienes no las tienen.
Si una persona no entiende qué le está ocurriendo, es mucho menos probable que pida ayuda o huya de una situación de abuso sexual. La mayoría de las personas abusadoras son cercanas a las víctimas; pueden ser familiares, cuidadoras, personal médico o asistentes personales. Quienes viven con discapacidades y sufren abuso suelen depender de su agresor y no tienen a quién recurrir, y aunque lo hagan, las autoridades tienden a ignorar sus denuncias.
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Muchas personas que viven con discapacidades no pueden acceder a la información necesaria sobre su salud sexual y reproductiva debido a obstáculos físicos. Infraestructura mal diseñada, anticuada o deteriorada —especialmente en zonas rurales— puede representar desafíos insuperables para quienes tienen movilidad limitada. Esto incrementa el riesgo de enfermedades no tratadas y complicaciones relacionadas con la salud sexual y reproductiva, como ITS y embarazos no deseados.
En algunos centros, el personal médico carece de preparación y formación para atender a personas con discapacidad, por lo que sus necesidades pueden ser ignoradas o no tomadas en serio. Algunas profesionales sanitarias aún actúan con prejuicios frente al acceso de recursos de salud sexual para personas con discapacidad; limitan el acceso a servicios o rechazan el deseo de una joven de quedar embarazada o formar una familia porque no consideran “normal” el comportamiento sexual de alguien cuyo cuerpo no se ajusta al estándar.
En muchas sociedades, las personas discapacitadas no son vistas como seres sexuales. Esto dificulta que encuentren pareja, tengan relaciones sanas y disfruten de experiencias sexuales satisfactorias. Este prejuicio arrebata a quienes afrontan estos retos sus derechos humanos y libertades fundamentales. Los estereotipos segregan a las personas en grupos sin interesarse por los matices o circunstancias. Utilizamos atajos mentales en nuestra vida diaria por muchas razones, pero deberíamos pensárnoslo dos veces cuando se trata de dignidad humana.
Las personas discapacitadas suelen quedar fuera de las decisiones que influyen directamente en sus derechos y bienestar. Muchas aún son vistas como receptoras de servicios y no como personas que pueden participar activamente en la solución de sus propios problemas, expresar su punto de vista y proponer alternativas. Al excluir, quizá, la fuente más relevante de información, quienes buscan ayudar no pueden convertir sus buenas intenciones en soluciones útiles.
Otro estereotipo demasiado común es que las personas con discapacidad no pueden ser buenas madres o padres. Cuando una persona con necesidades especiales decide ser madre, a menudo se le ridiculiza y se le niega el apoyo que normalmente reciben otras. De hecho, la mayoría de las mujeres con discapacidades —incluso con discapacidad intelectual— pueden cuidar perfectamente de sus bebés. Aunque puedan necesitar aparatos y adaptaciones, logran formar una familia y criar a sus hijas e hijos. Sin embargo, el riesgo de perder la custodia de sus hijas e hijos es mucho mayor. Incluso sin pruebas, los servicios sociales son más propensos a separar a las hijas e hijos de estas madres por el prejuicio profundamente arraigado que persiste en la comunidad médica.
El camino a través del embarazo, parto y posparto puede ser desafiante para cualquier mujer, y aún más para quien además debe lidiar con una discapacidad. El acceso insuficiente a recursos y clínicas también implica un mayor riesgo de complicaciones por atención médica tardía.
La salud sexual y reproductiva de las personas que viven con discapacidad no recibe actualmente la atención que necesita. Aquí algunas sugerencias para mejorar su experiencia.
Cuando el 10% de nuestra población vive con algún tipo de discapacidad, y muchas más personas se ven afectadas de manera indirecta, nuestra sociedad se equivoca al no abordar estos temas. Educar sobre qué implica vivir con diversas discapacidades y visibilizar el hecho de que la mayoría puede tener vidas felices y saludables a pesar de los retos es esencial para romper el estigma.
Formar a la comunidad médica en los aspectos sociales de vivir con una discapacidad es otra forma de facilitar el acceso a la información y los recursos para quienes tienen limitaciones.
La toma de decisiones inclusiva significa garantizar que se tengan en cuenta todas las experiencias. Las personas con discapacidad suelen ser vistas como incapaces de defenderse y quedan fuera de las decisiones que afectan a sus vidas. Idealmente, las decisiones deberían ser tomadas por quienes deben vivir con sus consecuencias, contando con el asesoramiento de especialistas cuando sea necesario; así podremos convertir las palabras bonitas en acciones valoradas.
La mayoría de los programas de educación sexual y reproductiva han sido diseñados para personas promedias, por lo que las jóvenes con necesidades especiales a menudo encuentran difícil identificarse. Incluir en el currículum educativo a personas con movilidad reducida, afecciones de salud y discapacidades intelectuales les ayudará a sentirse representadas y permitirá a todas entender mejor cómo funcionan la sexualidad y la reproducción en diferentes situaciones.
La representación importa. Cuando no hay información, las personas tienden a asustarse y emitir juicios equivocados. Diversificar la información presentada para reflejar una mayor variedad de cuerpos y experiencias nos ayudará a empatizar y romper el estigma.
El transporte especializado, la infraestructura inclusiva y una comunidad abierta son clave para lograr una experiencia digna e igualitaria para quienes viven con discapacidad. Hospitales, clínicas, edificios públicos y comerciales deben contar con rampas y ascensores, garantizando el acceso de personas con dificultades de movilidad.
La asequibilidad también es importante para asegurar la igualdad en la atención. Como muchas personas con discapacidad viven en situación de pobreza, es necesario ofrecer servicios de transporte especializado o compensar los desplazamientos para asegurar el acceso igualitario.
Tengas o no discapacidad, mejorar la accesibilidad de los servicios en tu comunidad mejora la vida de todas quienes viven allí. No lograremos la igualdad mientras se ignoren las necesidades de las personas con discapacidad. Hagamos del mundo un lugar mejor para todas.
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